Clos
Objetivo Madrid
Un lugar que trae de la casa madre (Skina en Marbella) su vocación de bodega y sala
Conseguir conquistar Madrid a toda costa. Esa parece ser una de las tendencias empresariales en el mundo gastronómico. Como si triunfar en cualquier otra ciudad o pueblo de España fuese fácil, por qué no intentar asaltar la plaza más competida, junto con Barcelona, en el que sacar la cabeza con una propuesta diferencial, bien sea por la originalidad o por calidad (o ambas) es cada vez más complicado. Aún me acuerdo del reciente fiasco del gran Manolo de la Osa en Madrid, hace apenas un par de años, con su efímero Adunia. O proyectos de los Arzak que (sí, ya sé, eran solo asesorías) han pasado sin pena ni gloria. Afortunadamente parece que las recientes mudanzas de Amparito Roca desde Guadalajara y especialmente, Coque y sus dos estrellas, están teniendo más éxito. Imagino que la cercanía de ambos (Guadalajara y Humanes) a Madrid ayudó para ir metiendo el pie en el agua repetidas veces hasta comprobar que ésta no estaba congelada. Y en esta liga es en la que quiere jugar Clos.
Abierto hace apenas un año, Marcos Granda debió pensar que su estrella Michelin en el marbellí Skina no era suficiente y mejor acercarse a la ciudad de origen de muchos de sus clientes. Como les decía, ha pasado casi un año del habitual lanzamiento con pompa y boato, agencias de marketing a fondo anunciando la nueva maravilla gastronómica y esos “early birds”, que también existen en el mundo gastronómico, encumbrando la propuesta. Casi doce meses después, servidor lee mucho menos de Clos y los “fudis” dirigen sus miradas a alguna de las innumerables aperturas que trufan Madrid. Momento perfecto para dejarse caer por allí.
A espaldas de Ponzano, una de las calles más bulliciosas (gastronómicamente hablando) de Madrid, en Clos han creado uno de los comedores más agradables que servidor haya probado últimamente. Evitan la superpoblación de mesas, la insonorización funciona, los ventanales a la calle aportan luz y alegría…difícil hacerlo mejor en este punto. Antes de empezar con el capítulo sólido, un tanto lioso en cuanto a composición de menús, revisamos la carta de vinos y aquí llega la segunda sorpresa agradable. Amplio número de referencias por país y región y unos precios más suaves de lo que se estila por estos lares. Bravo.
Tras una copa de manzanilla las cosas se ven más claras y la opción elegida es el menú clásico. Perfecto, teniendo en cuenta que no conocemos la casa madre. La cosa comienza muy bien con una yema (en exceso) texturizada rellena de un fondo de callos. El tema se enfría un tanto con un manido arroz de pichón y la consabida pechuga, interiores, etc. acompañando el mismo. Bueno, sí, pero uno de tantos. A continuación, llega un lomo de merluza con pilpil de sus espinas y cristal de espinacas. Todo bien, pero si añadimos un toque cítrico y cerramos los ojos nos transportamos a Alabaster… Metemos la cuña de los excelentes panes, a pesar de que uno de los que probamos, relleno de gouda, necesitara de algún minuto extra de cocción.
Subimos el nivel con una inmaculada presa ibérica con cúrcuma y patatas suflé, antes de llegar a lo que en mi opinión fue lo mejor de menú; el panal de chocolate negro, caramelo y café. Goloso y rico.
Mención aparte para el servicio, extraordinariamente amable y cercano como es difícil encontrar.
¿Nos gustó? Sí. ¿Esperaba algo más por las expectativas creadas? También. En este caso la cocina parece ir un tanto a remolque de sala y bodega y no por técnica o calidad sino por una serie de platos que, quizás por saturación personal, no parecen desbordar personalidad que al fin y al cabo es lo que a uno le hace sentir el gusanillo de repetir y repetir en cualquier local. Vayan, prueben y decidan ustedes mismos que equivocarse no se van a equivocar.